domingo, 6 de septiembre de 2009

El otro cáncer de CESAR HILDEBRANDT

Hay varios tipos de cáncer. Del que no se habla es del cáncer al alma.

Se trata de un tumor abstracto que te impide elaborar valores, que bloquea la llamada enzima del prójimo, que envenena la memoria, que te suprime todo pulso de gratitud y que te ciega para mirarte tal como eres.

Es un cangrejo de luz, pero de luz neón. Es un bicho pálido de tiza que te hace acatar la voz del animal que llevas dentro. Al final de su diseminación, el cáncer del alma logrará que el intestino grueso se llene de neuronas, que el lóbulo frontal del cerebro se sumerja en jugo gástrico y que el superyó sea expulsado con la orina.

Las almas con cáncer son como el salón de “Un lugar sin límites”, aquel famoso relato de José Donoso. O sea que hay una luz viciosa, unos hombres que beben sin destino y unas putas que bailan sin gracia.

El cáncer del alma no tiene que ver con la muerte física, que es una verificación que hacen los notarios y, en algunos casos, los médicos forenses. Tiene que ver con el hecho de que el paciente haya extraviado el norte magnético y se haya dejado devorar por lo oscuro.

Un caso de alma cancerada hasta hacer inútil al cobalto es, ejemplarmente, el de Alberto Fujimori.

En efecto, en 1990 Fujimori era la multitudinaria promesa de un gran cambio. Venía de los partidos pero se enfrentaría a ellos, venía de la tradición populista pero afrontaría los desafíos con nuevas miras.

¿Y en qué terminó la epopeya oriental de este nuevo salvador de la patria?

El hombre que clamaba contra la insuficiencia de la democracia de los 80 terminó masacrando la democracia a secas.

El hombre que hablaba de la corrupción como una lacra terminó defendiendo a un corrupto y ocultando, detrás del Estado, su propia corrupción.

El hombre que prometió trabajo produjo el ciclo de destrucción de empleo más largo de los últimos años.

El hombre que se enfrentó a la derecha banquera, que había rodeado a nuestro pesar a Mario Vargas Llosa, terminó perdonando a los Picasso y entregándole 210 millones de dólares al quebrado Banco Latino.

El hombre que denunciaba la conspiración de los medios de comunicación en contra de la verdad, terminó instaurando la imbecilidad moral en la televisión secuestrada y la sífilis de la inteligencia en la prensa escrita que manejó a través del gordo Bressani.

El hombre que se irguió como el mayor enemigo del terrorismo terminó rodeado por los autores intelectuales del peor terrorismo de Estado.

Eso es cáncer. Del alma. En fase terminal.

El hipotético retorno del fujimorismo al poder querría decir que el Perú sigue siendo lo que su extensa hoja clínica insinúa: un país que disfruta del malestar, un mártir insaciable.